(Por Atilio A. Boron) El sábado fue estupor y desconcierto. La enorme mayoría de los cubanos se enteró de la muerte de Fidel en los noticieros de la mañana. El Granma y Juventud Rebelde solo aparecieron al mediodía. Por una casualidad yo me enteré a la medianoche del viernes, cuando se cerraban las emisiones de la televisión cubana y de improviso aparece Raúl Castro anunciando el fallecimiento de su hermano. Por eso el sábado había una mezcla de asombro, embotamiento y, en algunos casos, incredulidad. Esto, entre otras cosas, porque no había mucha información oficial ni un parte médico que informara que fue lo que acabó con la vida de Fidel, si un paro cardiovascular, un ACV o qué. Hubo algunos que pensaron que era una de las tantas trapisondas de los yankees. Pero con el correr de las horas la información fue siendo difundida y el abatimiento se comenzó a generalizar. Pero todavía primaba el inmovilismo. Era inevitable aceptar lo que nadie hubiera querido que ocurriese nunca, pero no había mucha reacción. Esta comenzó el domingo, cuando la gente comenzó a movilizarse, a organizar reuniones a nivel vecinal y en los centros de trabajo y el partido y las organizaciones de base junto con los organismos estatales informaron sobre los detalles de las honras fúnebres que se le harían al Comandante.
Ese día se adquirió plena conciencia de que Fidel ya no estaba entre nosotros y que se debían enfrentar los nuevos desafíos que acosaban a la revolución desde Estados Unidos sin contar con la presencia firme y reaseguradora de su figura. Responder a los nuevos bárbaros del Norte, con Trump a la cabeza, sin ese optimismo del corazón del cual hablaba Gramsci, puesto de manifiesto cuando a los pocos días del desembarco del Granma (¡más un naufragio que un desembarco, como acotaba el Che!) Fidel se reecontró con unos pocos compañeros, más siete fusiles de los cuales sólo uno o dos estaban en condiciones, y con total certeza vaticinó, ante la atónita mirada de sus camaradas, que la revolución, por eso sólo hecho de contar con esas armas, ya había triunfado. Certeza que transmitió también cuando le aseguró a los cubanos que el niño Elián volvería a Cuba, y que los 5 héroes aherrojados en las cárceles del imperio también regresarían a su patria, y que Cuba saldría airosa de los enormes desafíos planteados por al hundimiento de la Unión Soviética y el campo socialista.
Ese formidable liderazgo ya no está físicamente, pero sus legados, sus enseñanzas, su ejemplo siguen vivos en el pueblo cubano. Hoy lunes hubo una verdadera explosión de participación popular y la gente salió a las calles masivamente para firmar los libros de condolencia, depositar flores en algunos lugares elegidos y prepararse para el gran acto de masas con que, mañana a las 19 horas, se producirá el despido de Fidel e iniciará su retorno a Santiago, donde sus cenizas serán depositadas en el cementerio de Santa Ifigenia, muy cerca de José Martí, el “autor intelectual” del asalto al Moncada.
Aclaración: Las fotos que acompañan esta nota fueron tomadas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa” donde fui invitado a inaugurar con mi firma el libro de las condolencias. Las de la calle reflejan la participación de los jóvenes de los primeros años de la secundaria escribiendo con tiza consignas revolucionarias y de lealtad al legado de Fidel en la vía pública, un fenómeno que se reprodujo por toda la isla.
La Habana, 27 Noviembre 2016
(Por Atilio A. Boron) Lágrimas hay de diversos tipo. Algunas, las más corrientes, son de tristeza. Otras resuman melancolía. Hay otras que expresan la indignación y la impotencia ante una ofensa que no puede ser contestada o reparada. Pero hay algunas, que me embargan por momentos, que ponen de manifiesto un impulso criminal que sólo por un arduo esfuerzo de mi conciencia logro controlar y apaciguar. Me pasó hace unos minutos cuando ví las fotos de la gusanera de Miami, celebrando la muerte de Fidel; o cuando veo a los fascistas dispuestos a que Venezuela regrese a la edad de piedra con tal de acabar con el chavismo (¡cosa que no lograran!); o cuando leo las declaraciones de Donald Trump y otros de su pelaje diciendo barbaridad y media sobre Fidel y la Revolución Cubana, así con mayúsculas. En estos casos, y en otros similares, aparecen esas lágrimas que despiertan en mi esa fiera alojada en mis tripas -por suerte casi siempre dormida- y que, ante estímulos como los enunciados desata un torrente de ideas -¡en realidad siniestras ocurrencias!- para acabar con esas lacras que tanto daño hacen a la humanidad.
Al leer lo de Trump y ver a los humanoides miameros, la fiera que me habita me susurraba diciéndome que tenía que ver la forma de organizar un magnífico paseo en yate por el Caribe, invitar a Trump y todos sus asesores y financistas, más los miembros más conspicuos de la mafia anticastrista de Estados Unidos, más la señora Hillary Clinton (¿por qué no?) y su esposo, mas “Bibi” Netanyhau, Rajoy, “Felipillo” González, el chocolatero que funge como jefe de estado en Ucrania, y una buena colección de “fachos” europeos, latinoamericanos y estadounidenses. Alentada por la fiera mi exaltada imaginación ya no se detenía ante nada porque, una vez soltadas las amarras y comenzado –por suerte imaginario- paseo en el yate, un miliciano internacionalista oculto en un refugio subterráneo de la Sierra Maestra decide emular a los “boys” que manejan los drones en Estados Unidos, identifica el yate, descubre que oculto en él hay un peligrosísimo terrorista islámico a bordo y, con el objeto de preservar la seguridad nacional norteamericana, dispara desde el dron revolucionario y libertario una batería de misiles que hace estallar al yate por los aires y acaba en un santiamén con toda esa canalla. La acción se completa con la publicación de un informe oficial -como hace Washington diciendo que en un casamiento en Islamabad o en un funeral en Kabul- descubrieron que había un tipo que parecía ser el jefe de una célula terrorista dormida anidada en New Haven, Connecticut, y que tuvieron que eliminarlo, deplorando los “daños colaterales” producidos por esa operación y enviando un sentido mensaje de condolencia a los familiares de las víctimas.
Calmada mi indignación y secadas mis lágrimas ante la perfección del plan me llamo a sosiego y me digo que nosotros, como lo enseñó Fidel, representamos un nivel superior de eticidad y que no debemos utilizar las armas y las tácticas de nuestros enemigos. Que el socialismo es un estadío moralmente más elevado que el capitalismo y que un plan como ese no puede ir más allá de ser plasmado como un cuento, y que nuestra batalla la libraremos con otras armas, una de las cuales, sin duda, es el humor que con tanta maestría manejaba el Comandante y que tanto irrita a la derecha y a los imperialistas. Nuestra victoria podrá demorarse más de lo previsto pero será inevitable. Porque, como él lo dijo en su extraordinario discurso en la Cumbre de la Tierra en Río, 1992, si no detenemos la barbarie del capitalismo la especie humana será barrida de la faz de la tierra. Para salvar a la humanidad habrá que acabar con el capitalismo. En eso estamos y, ahora que Fidel ya nos acompaña de otra forma, seguiremos con renovados bríos en esa tarea.
(Comparto una primera reflexión, en caliente, sobre la muerte del Comandante. Me enteré a noche, al cierre de la TV cubana y ví el discurso de Raúl. No pegué un ojo en toda la noche y salí corriendo al aeropuerto a cancelar mi retorno, programado para hoy Sábado al mediodía. Me quedo en Cuba hasta el Miércoles, y el Martes estaré en la gran despedida que se le hará a Fidel en la Plaza de la Revolución. Van unas pocas ideas, deshilvanadas, salidas más del corazón que de mi cerebro. Pero siento que no puedo guardarlas para mi fuero íntimo. ¡Hasta la victoria, siempre!)
Fidel ha muerto, pero su legado –como el del Che y el de Chávez- vivirá para siempre. Su exhortación a la unidad, a la solidaridad, al internacionalismo antiimperialista; su reivindicación del socialismo, de Martí, su creativa apropiación del marxismo y de la tradición leninista; su advertencia de que la osadía de los pueblos que quieren crear un mundo nuevo inevitablemente será castigada por la derecha con un atroz escarmiento y que para evitar tan fatídico desenlace es imprescindible concretar sin demora las tareas fundamentales de la revolución, todo esto, en suma, constituye un acervo esencial para el futuro de las luchas emancipatorias de nuestros pueblos.
(Por Atilio A. Boron) La desaparición física de Fidel hace que el corazón y el cerebro pugnen por controlar el caos de sensaciones y de ideas que desata su tránsito hacia la inmortalidad. Recuerdos que se arremolinan y se superponen, entremezclando imágenes, palabras, gestos (¡qué gestualidad la de Fidel, por favor!), entonaciones, ironías, pero sobre todo ideas, muchas ideas. Fue un martiano a carta cabal. Creía firmemente aquello que decía el Apóstol: trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras. Sin duda que Fidel era un gran estratega militar, comprobado no sólo en la Sierra Maestra sino en su cuidadosa planificación de la gran batalla de Cuito Cuanevale, librada en Angola entre diciembre de1987 y marzo de 1988, y que precipitó el derrumbe del régimen racista sudafricano y la frustración de los planes de Estados Unidos en África meridional.
Pero además era un consumado político, un hombre con una fenomenal capacidad para leer la coyuntura, tanto interna como internacional, cosa que le permitió convertir a su querida Cuba -a nuestra Cuba en realidad- en una protagonista de primer orden en algunos de los grandes conflictos internacionales que agitaron la segunda mitad del siglo veinte. Ningún otro país de la región logró algo siquiera parecido a lo que consiguiera Fidel. Cuba brindó un apoyo decisivo para la consolidación de la revolución en Argelia, derrotando al colonialismo francés en su último bastión; Cuba estuvo junto a Vietnam desde el primer momento, y su cooperación resultó de ser de enorme valor para ese pueblo sometido al genocidio norteamericano; Cuba estuvo siempre junto a los palestinos y jamás dudó acerca de cuál era el lado correcto en el conflicto árabe-israelí; Cuba fue decisiva, según Nelson Mandela, para redefinir el mapa sociopolítico del sur del continente africano y acabar con el apartheid. Países como Brasil, México, Argentina, con economías, territorios y poblaciones más grandes, jamás lograron ejercer tal gravitación en los asuntos mundiales. Pero Cuba tenía a Fidel …
Martiano y también bolivariano: para Fidel la unidad de América Latina y, más aún, la de los pueblos y naciones del por entonces llamado Tercer Mundo, era esencial. Por eso crea la Tricontinental en Enero de 1966, para apoyar y coordinar las luchas de liberación nacional en África, Asia y América Latina y el Caribe. Sabía, como pocos, que la unidad era imprescindible para contener y derrotar al imperialismo norteamericano. Que en su dispersión nuestros pueblos eran víctimas indefensas del despotismo de Estados Unidos, y que era urgente e imprescindible retomar los iniciativas propuestas por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico de 1826, ya anticipadas en su célebre Carta de Jamaica de 1815. En línea con esas ideas Fidel fue el gran estratega del proceso de creciente integración supranacional que comienza a germinar en Nuestra América desde finales del siglo pasado, cuando encontró en la figura de Hugo Chávez Frías el mariscal de campo que necesitaba para materializar sus ideas. La colaboración entre estos dos gigantes de Nuestra América abrió las puertas a un inédito proceso de cambios y transformaciones que dio por tierra con el más importante proyecto económico y geopolítico que el imperio había elaborado para el hemisferio: el ALCA.
Estratega militar, político pero también intelectual. Raro caso de un jefe de estado siempre dispuesto a escuchar y a debatir, y que jamás incurrió en la soberbia que tan a menudo obnubila el entendimiento de los líderes. Tuve la inmensa fortuna de asistir a un intenso pero respetuoso intercambio de ideas entre Fidel y Noam Chomsky acerca de la crisis de los misiles de Octubre de 1962 o de la Operación Mangosta, y en ningún momento el anfitrión prestó oídos sordos a lo que decía el visitante norteamericano. Una imagen imborrable es la de Fidel participando en numerosos eventos escenificados en Cuba –sean los encuentros sobre la Globalización organizados por la ANEC; los de la Oficina de Estudios Martianos o la Asamblea de CLACSO en Octubre del 2003- y sentado en la primera fila de la platea, munido de un cuadernito y su lapicera, escuchando durante horas a los conferencistas y tomando cuidadosa nota de sus intervenciones. A veces pedía la palabra y asombraba al auditorio con una síntesis magistral de lo dicho en las cuatro horas previas, o sacando conclusiones sorprendentes que nadie había imaginado. Por eso le decía a su pueblo “no crean, lean”, fiel reflejo del respeto que sentía por la labor intelectual.
Al igual que Chávez, Fidel un hombre cultísimo y un lector insaciable. Su pasión por la información exacta y minuciosa era inagotable. Recuerdo que en una de las reuniones preparatorias de la Asamblea de Clacso del 2003 nos dijo: “recuerden que Dios no existe, pero está en los detalles” y nada, por insignificante que pareciera, debía ser librado al azar. En la Cumbre de la Tierra de Río (1992) advirtió ante el escepticismo o la sonrisa socarrona de sus mediocres colegas (Menem, Fujimori, Bush padre, Felipe González, etcétera) que la humanidad era “una especie en peligro” y que lo que hoy llamamos cambio climático constituía una amenaza mortal. Como un águila que vuela alto y ve lejos advirtió veinte años antes que los demás la gravedad de un problema que hoy está en la boca de cualquiera.
Fidel ha muerto, pero su legado –como el del Che y el de Chávez- vivirá para siempre. Su exhortación a la unidad, a la solidaridad, al internacionalismo antiimperialista; su reivindicación del socialismo, de Martí, su creativa apropiación del marxismo y de la tradición leninista; su advertencia de que la osadía de los pueblos que quieren crear un mundo nuevo inevitablemente será castigada por la derecha con un atroz escarmiento y que para evitar tan fatídico desenlace es imprescindible concretar sin demora las tareas fundamentales de la revolución, todo esto, en suma, constituye un acervo esencial para el futuro de las luchas emancipatorias de nuestros pueblos.
(Atilio A. Boron)
Mírate al espejo y pregúntate que has hecho desde ese cargo que has detentado
los últimos ocho años, el más poderoso del mundo. Se entiende que hayas
encanecido rápidamente, porque la verdad es que has sido la gran decepción de
los últimos tiempos. Siempre pensé que la “Obamamanía” que se desató con tu
elección era una soberana estupidez, producto del colonialismo mental que
afecta a intelectuales, académicos, comunicadores sociales y políticos de casi
todo el mundo. Pero nunca llegué a pensar que en la Casa Blanca te iría tan
mal. Tus reformas (la financiera, de la salud, la migratoria, para hablar de
las principales) fueron una tras otra un fracaso. No sólo por culpa de los
homínidos que pueblan el Congreso de Estados Unidos sino porque, como
gobernante, careciste de las agallas para pelear por lo que creías era justo.
Tal vez estuvieras amenazado por la mafia derechosa de tu país, es posible;
pero igual deberías haber librado combate, y no lo hiciste. Y en materia de
política exterior, siendo un inmerecido Premio Nobel de la Paz no dejaste de
librar guerras un solo día de tu mandato, y cada martes, rutinariamente,
marcabas con un tilde el nombre de alguien que tus cobardes muchachos desde un
refugio en Utah o Nevada, mataban con sus drones sobrevolando Paquistán,
Afganistán o cualquier otro país del mundo en donde se ocultaron los que los
imbéciles que te rodean e informan califican como “terroristas”. Asesinaban
impunemente, con los consabidos “daños colaterales”, por supuesto. Tus
generales de opereta, inútiles que -como decía Jorge Luis Borges- jamás habían
sentido silbar una bala muy cerca de su cabeza, te metieron a fondo en cuanta
guerra se librase en el planeta. Te limitaste a deplorar que en los últimos
tiempos policías racistas se ensañaran con tus hermanos de raza, cuando
deberías haberles proporcionado un escarmiento ejemplar a esos canallas que
siguen pensando que todos los afroamericanos y los hispanos son criminales,
como luego lo diría, sin tantas vueltas, Donald Trump. Con la ayuda de Hillary
Clinton diste vida al monstruoso Estado Islámico, causante de una crisis
humanitaria de proporciones desconocidas desde los tiempos de la Segunda Guerra
Mundial. Tu ex Secretaria de Estado se limitó a decir que “nos equivocamos al
elegir a nuestros amigos”, cuando merecerían, tanto ella como tú, ser enviados
a la Corte Penal Internacional por tan criminal elección de amistades políticas.
Destruiste Libia, mentiste por años al acusar a Irán de tener un programa
nuclear destinado a producir armas de destrucción masiva cuando tu bien sabías
que el único país que tiene ese tipo de armamento en la región es Israel, y que
lo tiene porque tus predecesores se lo otorgaron y tú no hiciste nada para revertir
esa situación. No sólo eso: toleraste que el fascista de Netanyahu fuera a
hablar en contra de tu decisión de restablecer el diálogo con Irán nada menos
que ante el Congreso de tu país, cuando podrías haber hecho que las autoridades
migratorias impidieran el ingreso de ese energúmeno a Estados Unidos. No
contento con destruir Libia e incendiar Siria, Irak y casi todo el Medio
Oriente, para debilitar los apoyos de Irán en la región, no dudaste en orquestar
un golpe de estado en Ucrania, elevando al rango de combatientes por la
libertad a una execrable banda de neonazis a los cuales tus funcionarios del
Departamento de Estado alimentaban con panecillos en frente a la casa de
gobierno en Kiev. Ni hablar de lo que has hecho en América Latina: amparaste
los golpes de estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), e intentaste tumbar
a Correa en el 2010. Hostigaste sin cesar a Venezuela con una guerra económica,
diplomática y mediática muchísimo peor que la que el bandido de Richard Nixon
(que por serlo tuvo que renunciar a su cargo) decretara en contra del Chile de
Salvador Allende. Y fomentaste con tus lugartenientes locales una brutal
ofensiva destituyente en contra de Cristina Fernández en la Argentina y el “golpe
blando”, otra de tus aportaciones a la política contemporánea, en contra de
Dilma Rousseff. Lejos de colaborar con la paz en Colombia has continuado
apoyando al paramilitarismo de Álvaro Uribe, y apoyando a gobiernos que
criminalizan la protesta social y matan a líderes como Berta Cáceres en
Honduras. También, tienes el record en materia de deportación de hispanos (¡dos
millones y medio nada menos!) y la masacre de los 43 jóvenes de Ayotzinapa no
te ha movido un pelo.
No sigo porque el
listado de tus tropelías y crímenes, aquí y en el resto del mundo, sería
interminable. Tuviste un gesto de estadista al poner fin al horrible cautiverio
sufrido, injustamente, por los cinco héroes cubanos. Pero pese a tu visita a
Cuba y a la reanudación de las relaciones diplomáticas con ese país el bloqueo
sigue su curso, con toda su ferocidad. Y no puedes culpar de ello a los
desvergonzados millonarios que ocupan sus curules en la Cámara de
Representantes y en el Senado de tu país. Tu bien sabes que mientras los
millonarios constituyen el 1 por ciento de la población de Estados Unidos son
el 52 por ciento en el Senado y el 44 por ciento en la Cámara de
Representantes. Sabes que eso de la “democracia” norteamericana es una burla sangrienta y que tanto los
representantes como los senadores no toleran la existencia de una Cuba
socialista a 100 millas de la Florida. Pero hay muchas cosas que tú podrías
hacer si no para derogar las leyes del bloqueo al menos para atenuar algunas de
sus más graves consecuencias. Y eso está en las atribuciones presidenciales,
que no has ejercido sino por cuenta gotas y en asuntos marginales. Por eso, ya
al final de tu mandato y antes de que pases a la historia, ¡y no entrando por
la puerta grande precisamente!, podrías tener un gesto de grandeza y desmontar
gran parte de la infame telaraña del bloqueo cubano, que ha sometido a este
pueblo a más de medio siglo de privaciones y castigos por el sólo hecho de
rechazar vivir de rodillas frente a tu país. Y jamás lograrás, ni tú ni tu
sucesor, que tal cosa vaya a ocurrir. Porque si hay un pueblo digno y valiente
en el mundo ese es el cubano. De modo que, hazte un favor a ti mismo y acaba ya
con todo lo que esté a tu alcance para poner fin a una política que ha dejado a
tu país como un paria internacional, como un “estado canalla”, objeto de la
repulsa universal en Naciones Unidas. Y, de paso, indultar al combatiente
colombiano Simón Trinidad, sometido a condiciones absolutamente inhumanas de
detención, y al patriota puertorriqueño Oscar López Rivera, prisionero político
de tu país por luchar por las mismas causas por las que lucharon Washington,
Jefferson y los padres fundadores de los Estados Unidos. Oscar es el preso
político que Estados Unidos ha mantenido por más años tras las rejas, en
condiciones inhumanas. Tu inacción frente al bloqueo y el ensañamiento contra estos
prisioneros sólo ha servido para consolidar aún más el repudio al imperialismo
en América Latina y el Caribe. Demuestra que aún tienes agallas y acaba ya con
tanta infamia. Es tu última oportunidad. No la dejes pasar. Tus hijas, de las
cuales estás tan orgulloso, te lo agradecerán.
Importante no quedarse en lo fenoménico. Este personaje racista y misógino, y por eso mismo altamente despreciable, es un síntoma que revela algo mucho más profundo: el proceso de descomposición del consenso al interior de la burguesía imperial, y ese es el dato más significativo en términos estructurales y a largo plazo. Hay pocos indicios de las orientaciones concretas, una vez abandonada la retórica, que adoptará su gestión. Y como lo he dicho mil veces, NADA BUENO PODEMOS ESPERAR DEL EMPERADOR DE TURNO, pero si a causa de la inocultable decadencia que sufre EEUU se abandonan proyectos como el TTP o la Alianza del Pacífico y se archiva la ortodoxia del FMI y el BM eso para nosotros abre unas perspectivas potencialmente positivas, EN LA MEDIDA EN QUE NUESTROS PUEBLOS REEDITEN lo realizado en el 2005 con la Campaña Continental NO al ALCA. Insistir sobre este tema me parece fundamental. Las contradicciones al interior del bloque dominante del imperio no son poca cosa, y hace décadas que no asistíamos a una situación semejante. Ojalá que sepamos aprovechar esta oportunidad.
(Por Atilio A.
Boron) En el último año hablar del “fin del ciclo progresista” se había
convertido en una moda en América Latina. Uno de los supuestos de tan temeraria
como infundada tesis, cuyos contenidos hemos discutido en otra parte, era la
continuidad de las políticas de libre cambio y de globalización comercial
impulsadas por Washington desde los tiempos de Bill Clinton y que sus cultores
pensaban serían continuadas por su esposa Hillary para otorgar sustento a las
tentativas de recomposición neoliberal en curso en Argentina y Brasil.[1] Pero enfrentados
al tsunami Donald Trump se miran desconcertados y muy pocos, tanto aquí como en
Estados Unidos, logran comprender lo sucedido. Cayeron en las trampas de las
encuestas que fracasaron en Inglaterra con el Brexit, en Colombia con el No, en
España con Podemos y ahora en Estados Unidos al pronosticar unánimemente el
triunfo de la candidata del partido Demócrata. También fueron víctimas del
microclima que suele acompañar a ciertos políticos, y confundieron las
opiniones prevalecientes entre los asesores y consejeros de campaña con el
sentimiento y la opinión pública del conjunto de la población estadounidense,
esa sin educación universitaria, con altas tasas de desempleo, económicamente
arruinada y frustrada por el lento pero inexorable desvanecimiento del sueño
americano, convertido en una interminable pesadilla. Por eso hablan de la
“sorpresa” de ayer a la madrugada, pero como observara con astucia Omar
Torrijos, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Veamos algunas de las
razones por las que Trump se impuso en las elecciones.
Primero, porque Hillary
Clinton hizo su campaña proclamando el orgullo que henchía su espíritu por
haber colaborado con la Administración Barack Obama, sin detenerse un minuto a
pensar que la gestión de su mentor fue un verdadero fiasco. Sus promesas del
“Sí, nosotros podemos” fueron inclementemente sepultadas por las intrigas y
presiones de lo que los más agudos observadores de la vida política estadounidense
-esos que nunca llegan a los grandes medios de aquel país- denominan “el
gobierno invisible” o el “estado profundo”. Las módicas tentativas reformistas de
Obama en el plano doméstico naufragaron sistemáticamente, y no siempre por
culpa de la mayoría republicana en el Congreso. Su intención de cerrar la
cárcel de Guantánamo se diluyó sin dejar mayores rastros y Obama, galardonado
con un inmerecido Premio Nobel, careció de las agallas necesarias para defender
su proyecto y se entregó sin luchar ante los halcones. Otro tanto ocurrió con
el “Obamacare”, la malograda reforma del absurdo, por lo carísimo e ineficiente,
sistema de salud de Estados Unidos, fuente de encendidas críticas sobre todo
entre los votantes de la tercera edad pero no sólo entre ellos. No mejor suerte
corrió la reforma financiera, luego del estallido de la crisis del 2008 que
sumió a a la economía mundial en una onda recesiva que no da señales de menguar
y que, pese a la hojarasca producida por la Casa Blanca y distintas comisiones
del Congreso, mantuvo incólume la impunidad del capital financiero para hacer y
deshacer a su antojo, con las consabidas consecuencias. Mientras, los ingresos
de la mayoría de la población económicamente activa registraban -no en términos
nominales sino reales- un estancamiento casi medio siglo, las ganancias del uno
por ciento más rico de la sociedad norteamericana crecieron astronómicamente.[2] Tan es
así que un autor como Zbigniew Brzezinski, tan poco afecto al empleo de las
categorías del análisis marxista, venía hace un tiempo expresando su
preocupación porque los fracasos de la política económica de Obama encendiese la
hoguera de la lucha de clases en Estados Unidos. En realidad esta venía
desplegándose con creciente fuerza desde comienzos de los noventas sin que él,
y la gran mayoría de los “expertos”, se dieran cuenta de lo que estaba
ocurriendo bajo sus narices. Sólo que la lucha de clases en el corazón del
sistema imperialista no puede tener las mismas formas que ese enfrentamiento
asume en la periferia. Es menos visible y ruidoso, pero no por ello
inexistente. De ahí la tardía preocupación del aristócrata polaco-americano. En
materia de reforma migratoria Obama tiene el dudoso honor de haber sido el
presidente que más migrantes indocumentados deportó, incluyendo un exorbitante
número de niños que querían reunirse con sus familias. En resumen, Clinton se
ufanaba de ser la heredera del legado de Obama, y aquél había sido un desastre.
Pero, segundo, la
herencia de Obama no pudo ser peor en materia de política internacional. Se
pasó ocho años guerreando en los cinco continentes, y sin cosechar ninguna
victoria. Al contrario, la posición relativa de Estados Unidos en el tablero
geopolítico mundial se debilitó significativamente a lo largo de estos años. Por
eso fue un acierto propagandístico de Trump cuando utilizó para su campaña el
slogan de “¡Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez!” Obama y la Clinton
propiciaron golpes de estado en América Latina (en Honduras, Ecuador, Paraguay)
y envió al Brasil a Liliana Ayalde, la embajadora que había urdido la
conspiración que derribó a Fernando Lugo para hacer lo mismo contra Dilma.
Atacó a Venezuela con una estúpida orden presidencial declarando que el
gobierno bolivariano constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la
seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Reanudó las relaciones diplomáticas con Cuba pero
hizo poco y nada para acabar con el bloqueo. Orquestó el golpe contra Gadaffi
inventando unos “combatientes por la libertad” que resultaron ser mercenarios
del imperio. Y Hillary merece la humillación de haber sido derrotada por Trump
aunque nomás sea por su repugnante risotada cuando le susurraron al oído,
mientras estaba en una audiencia, que Gadaffi había sido capturado y linchado. Toda
su degradación moral quedó reflejada para la historia en esa carcajada. Luego
de eso, Obama y su Secretaria de Estado repitieron la operación contra Basher
al Assad y destruyeron Siria al paso que, como confesó la Clinton, “nos
equivocamos al elegir a los amigos” –a quienes dieron cobertura diplomática y
mediática, armas y grandes cantidades de dinero- y del huevo de la serpiente
nació, finalmente, el tenebroso y criminal Estado Islámico. Obama declaró una
guerra económica no sólo contra Venezuela sino también contra Rusia e Irán,
aprovechándose del derrumbe del precio del petróleo originado en el robo de ese
hidrocarburo por los jijadistas que ocupaban Siria e Irak. Envió a Victoria
Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos , a ofrecer
apoyo logístico y militar a las bandas neonazis que querían acabar con el
gobierno legítimo de Ucrania, y lo consiguieron al precio de colocar al mundo,
como lo recuerda Francisco, al borde de una Tercera Guerra Mundial. Y para
contener a China desplazó gran parte de su flota de mar al Asia Pacífico,
obligó al gobierno de Japón a cambiar su constitución para permitir que sus
tropas salieran del territorio nipón (con la evidente intención de amenazar a
China) e instaló dos bases militares en Australia para, desde el Sur, cerrar el
círculo sobre China. En resumen, una cadena interminable de tropelías y fracasos
internacionales que provocaron indecibles sufrimientos a millones de personas.
Dicho lo
anterior, no podía sorprender a nadie que Trump derrotara a la candidata de la
continuidad oficial. Con la llegada de este a la Casa Blanca la globalización
neoliberal y el libre comercio pierden su promotor mundial. El magnate neoyorquino
se manifestó en contra del TTP, habló de poner fin al NAFTA (el acuerdo
comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) y se declaró a favor de una
política proteccionista que recupere para su país los empleos perdidos a manos
de sus competidores asiáticos. Por otra parte, y en contraposición a la suicida
beligerancia de Obama contra Rusia, propone hacer un acuerdo con este país para
estabilizar la situación en Siria y el Medio Oriente porque es evidente que
tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido incapaces de hacerlo. Hay,
por lo tanto, un muy significativo cambio en el clima de opinión que campea en
las alturas del imperio. Los gobiernos de Argentina y Brasil, que se
ilusionaban pensando que el futuro de estos países pasaría por “insertarse en
el mundo” vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión
Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando
su discurso y comenzar a leer a Alexander Hamilton, primer Secretario del
Tesoro de Estados Unidos, y padre fundador del proteccionismo económico. Sí, se
acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea
en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el
sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial. Paradojalmente, la
elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para
América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del
neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas una vez que las que hasta
ahora prohijara Washington cayeron en desgracia. Como diría Eric Hobsbawm, se
vienen “tiempos interesantes” porque, para salvar al imperio, Trump abandonará
el credo económico-político que tanto daño hizo al mundo desde finales de los
años setentas del siglo pasado. Habrá que saber aprovechar esta inédita
oportunidad.
[1]
Ver Atilio A. Boron y Paula Klachko,
“Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate”,
24 Septiembre 2016,
disponible en
varios diarios digitales
[2]
Cf. Drew Desilver, “For most workers,
real wages have barely budged for decades” donde demuestra que los salarios
reales tenían en el año 2014 ¡el mismo poder de compra que en 1974! Ver http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/10/09/for-most-workers-real-wages-have-barely-budged-for-decades/
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